El antipatriotismo periclita Europa
El antipatriotismo es típico de gente desarraigada, tal vez de infieles, desleales, traidores, insolidarios, posiblemente de mala gente y puestos a decir, hasta de escasa lumbre mental.
© Ignacio Sánchez León – JM Noticias
Pues bien, no es que haya nacido algún partido antipatriota, aunque entre algunos de los actuales pueda haber cierto postulado más propio de xenófilos que de patriotas, sino aún peor: parece la tendencia que se observa a lo largo y ancho de la vieja Europa.
En varios países como Francia, Alemania, Italia, y hasta en España que todo llega, llevan años discutiendo las reformas estructurales habiéndose llegado a la siguiente conclusión: que aún no distinguimos si son galgos o podencos.
En algunas plazas vecinas de nuestra única Europa, se hablan y discuten de miles de puntos, todos ellos con los postulados de los políticos de turno defendiendo sus axiomas de partido: las amenazas de la deslocalización, la inflexibilidad laboral, la insolidaridad de algunos de los agentes sociales por las reformas, la supresión de vacaciones o de ciertas conquistas sociales, etc. Es decir que mucho revuelo pero la competitividad de la vieja Europa incapaz de tragar la medicina, caminando a marchas forzadas hacia su desindustrialización, y todo por antipatriotismo.
No hace falta llegar a ser chauvinista ni xenóbofo, pero el mundo camina hacia otras categorías mucho más amplias de las que se encargan de vendernos los políticos con las actuales típicas regiones político-geográficas. Esas nuevas categorías podrían pasar por un nuevo orden geoestratégico internacional si se me permite la expresión, es decir, hacia conceptos como civilización. Y una de ellas podría ser la anglosajona, la árabe o la hispánica entre otras. Pero aquí volvemos a topar contra el antipatriotismo. Porque mientras nos peleamos durante decenios en discernir entre lo coyuntural y lo estructural, y otros más en poner en movimiento las formas del cambio en un mundo trazado con el rectilíneas de la era post-Yalta, resulta que las civilizaciones europeas van perdiendo gas.
Lo peor de todo es que el mayor antipatriotismo se observa en aquellos que frivolizan la situación ante la opinión pública, incluidos algunos potentes grupos de comunicación -tanto privados como semipúblicos-, y priorizando toda una plétora de medidas más oportunas para salvar las próximas elecciones que para salvar las próximas generaciones. Si no lo remediamos, este antipatriotismo paneuropeo va a periclitar la cuna inventiva de nuestro ingenuo y creatividad, dos de los intangibles más valorados en el mundo (precario) de los negocios. ¿A quién toca remediarlo?