La pitada y aquellos polvos

El origen de la «espectacular pitada» está en la escuela. Lo saben muy bien los que desde hace más de treinta años se apropiaron de las escuelas con el único fin de crear su mundo.

© Gustavo Albarracín – JM Noticias

Xavi Hernández toma partido: «Fue una pitada espectacular, pero estamos en democracia y hay libertad de expresión.» (Foto: cap. tv)

Xavi Hernández toma partido: «Fue una pitada espectacular, pero estamos en democracia y hay libertad de expresión.» (Foto: cap. tv)

Las declaraciones del futbolista Xavi Hernández, reproducidas en el periódico «El Mundo» del 2 de Junio de 2015, decían literalmente: «Fue una pitada espectacular, pero estamos en democracia y hay libertad de expresión. Deberíamos pensar en la causa de los pitos, preguntarse el porqué en vez de sancionar, pero es mi opinión»

De acuerdo que es su opinión, pero la respuesta a su «el porqué en vez de sancionar» se la voy a dar yo, mi admirado, pero sólo como futbolista, Xavi Hernández, de rancio apellido español, dejando claro como es natural, que también es mi opinión, aunque por muchos compartida.

Usted, Xavi Hernández, ha tenido el privilegio de venir a este mundo a la vez que la democracia lo hacía a nuestro país. Seguramente por eso, y con la mejor de las intenciones, usted da por buena y en nombre de la libertad de expresión, cualquier manifestación verbal, escrita o hecha de cualquier otra forma, como por ejemplo una sonrisa sarcástica mientras sonaba la que usted llama «espectacular pitada».

Pero usted, Xavi Hernández, se confunde y mucho. La libertad de expresión no puede amparar hechos que hieran los sentimientos de otras personas con iguales derechos a expresarse libremente como usted tiene, y que no emplean expresiones o cometen acciones que sean ofensivas para usted o los suyos.  Así que, apréndalo bien y no lo olvide nunca, porque usted es muy joven y todo en esta vida tiene sus límites, incluso la libertad de expresión.

Pitar el himno es de mala educación. (Foto: ilustración)

Pitar el himno es de mala educación. (Foto: ilustración)

Siendo sinceros, hay que reconocer que la causa de lo que usted llama «espectacular pitada» no es otra que «aquellos polvos» que han producido «estos lodos».

Y atendiendo a su «deberíamos pensar en la causa de los pitos», le respondo, mi admirado futbolista, que tras pensar sobre su sugerencia se llega a la conclusión de que «aquellos polvos» están compuestos por lo que a continuación expongo:

Parafraseando a Galileo se puede asegurar,  sin duda alguna, algo así como; «dadme una escuela y cambiaré el mundo». Ahí está el quid de la cuestión: la escuela. Y eso lo saben muy bien los que desde hace más de treinta años se apropiaron de todas las escuelas con el único fin de «ir cambiando» el mundo, mejor dicho, ir creando «su mundo». Está claro que controlando y manipulando las escuelas cambiarán en unos años hasta todo el mundo. ¡Faltaría más!

Desde que se inició en España la democracia, algunas comunidades autónomas se han esforzado de manera recalcitrante, y con mejores o peores artes, en ser dueñas absolutas de todas sus escuelas y programas educativos.  Año tras año y durante más de treinta, han ido inculcando a sus educandos, su particular e interesado proyecto de comunidad, región o como quiera que se le llame. Esta es y no otra, la razón por la que nos encontramos en la situación actual, así como la causa de la «pitada espectacular».

Ya no interesa la lengua e historia del único país que acogía bajo su manto a todas esas comunidades, a pesar de ser o precisamente por ser, materias-pegamento entre todos los pueblos de España. Antes de ese empecinamiento egocéntrico y excluyente todos sabíamos quiénes eran los personajes que crearon patria, la Patria Hispana, tanto si eran de un lugar como de otro, pues es lo que nos enseñaron con fruición.

Haciendo un recorrido muy somero por nuestra geografía, antes todos los españoles conocíamos los nombres, vida y milagros de: Méndez Núñez, Salvador de Madariaga, Emilia Pardo Bazán, Ramón Menéndez Pidal, María Pita, Don Pelayo, Jovellanos, Alfonso I el Batallador, Juan de la Cosa, Juan Sebastián Elcano, Pablo Sarasate, López de Legazpi, o bien Agustina de AragónCristobal Colón entre muchísimos más, sin olvidar el héroe vasco, manco, cojo y tuerto que era Blas de Lezo.

El himno y la bandera son símbolos de la unidad de España. (Foto: archivo)

El himno y la bandera son símbolos de la unidad de España. (Foto: archivo)

También de otros tantos cientos de personajes, miles diría, que en la historia y en todas sus facetas, han sido por todos conocidos. Todos ellos forman parte de una historia común, la Historia de España, sin importar la comunidad o región de origen.

Como podrá comprobar Sr. Hernández, eran los que enorgullecían al ciudadano de a pie de cualquier rincón geográfico, los personajes que forjaron la España que, desde los más remotos tiempos, llegó hasta la etapa democrática que vivimos y que usted goza en la actualidad.

Es la Patria de siempre, la que emociona y eriza el vello, la irrenunciable aún con sus defectos, como irrenunciables son nuestros progenitores, también con los suyos, de los que nada ni nadie está exento.

Pues bien, al estudiar en una misma lengua todos esos y muchos más personajes y sus historias, en todos los lugares de España se forjaba una conciencia colectiva de pertenencia a un país, independientemente de las características de cada zona geográfica, bien fueran de Las Hurdes, La Manchalos Monegros, el Penedés, Las Batuecas o de la Maragatería, por poner sólo unos ejemplos.

Al desmembrar la historia, según la particular e interesada óptica nacionalista de algunas comunidades, e inculcando desde hace más de treinta años la interesada a los más tiernos infantes en las escuelas y con la enorme herramienta de la que debería ser la segunda lengua, pero ascendida a la categoría de primera por la debilidad y «mirando hacia otro lado», por intereses electorales de políticos timoratos, que deberían haber velado porque nunca dejara de ser la primera, se ha llegado al punto en el que estamos, difícil de arrostrar por cauces ordinarios, aunque no imposible.

Y para mayor agravio, ni siquiera se mantuvo la lengua de todos con el estatus de co-primera, pasándola a una categoría cuasi residual, a pesar de las numerosas sentencias a su favor, saltando olímpicamente sobre todas ellas sin que nada ocurra.

La democracia nos ha traído tanta libertad que hasta existe la libertad de acatar o no las sentencias. Bueno, según quienes sean los obligados a acatarlas, Sr. Hernández.  Toda la población menor de cuarenta años, entre los que se incluye usted, ha sido educada bajo la óptica expresada. Después de ello, ¿ahora nos vamos a asombrar de la situación actual? ¿vamos a extrañarnos de la «pitada espectacular»?

De aquellos polvos vinieron estos lodos y se engendraron estas «pitadas espectaculares». Como dijo la sultana Aixa a su hijo Boabdil «El Chico», camino del destierro en las Alpujarras y al sobrepasar el pico que después fue llamado «Suspiro del Moro»; «llora como una mujer lo que no has sabido defender como un hombre». Esta es la realidad, mi admirado futbolista Xavi Hernández.

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Comentarios de los lectores (2)

  1. Carmelo

    Todos los excesos son malos, dijo el inefable Aristóteles. Y quizá el separatismo de hoy, sea hijo del excesivo centralismo de ayer. Pudiera ser. En cualquier caso, una pitada en un estadio, sea al árbitro, al equipo rival, a un jugador, o a un espectador, aunque se llame Felipe VI, no deja de ser algo meramente anecdótico e intrascendente a lo que no hay que darle excesiva importancia. Al menos, así me lo parece.

    • D. Quijote

      No nos equivoquemos mi querido Carmelo. No se trata de una pitada en un estadio, de ninguna manera es eso. Se trata de una pitada preparada concienzudamente, pregonándola con varios días de antelación, suministrando a las puertas del estadio todos los miles de pitos que hicieron falta y todo ello anunciando que se llevaría a cabo «cuando sonara el himno». Dígame usted un sólo país del mundo, uno sólo, en que pueda prepararse y realizar, un acto de desprecio tan enorme al himno patrio. Dígame uno sólo, por favor. Nada de intrascendente, tiene una trascendencia mayúscula, superlativa, porque esos cien mil pitos del estadio estaban insultando a muchos millones de españoles que sí sienten respeto por sus símbolos. Y que no se escuden en la libertad de expresión. Porque si en nombre de la libertad de expresión se puede insultar impunemente, a cualquiera de los ofendidos por la pitada se le puede ocurrir, por ejemplo, acordarse de la señora madre de cualquiera de los del pito, o del de la sonrisa, sin que nada pueda ocurrirle porque tiene, por lo menos, la misma dosis de libertad de expresión que los que tanto pitaban.

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