El arte de fusilar una noticia
En los medios de comunicación de este país de pandereta y cuna de la picaresca se ha legalizado el hábito de apropiarse de las ideas y del trabajo ajeno.
© Miguel Mielgo – JM Noticias
No sólo los periódicos se han convertido en meros impresores de noticias de agencias, – que no siempre son precisas o se ajustan a la realidad – con el resultado que todos publican la misma historia. También los periodistas han pasado a ser unos simples operarios del típico «copia y pega», al que se le suele añadir la lacónica excusa de «para lo que me pagan no puedo hacer más».
Una buena mayoría de los llamados periodistas que trabajan en las redacciones de los medios españoles, incluso muchos de conocido renombre, no se preocupan, ni mucho menos se molestan, en buscar o desarrollar una historia original. Simplemente se dedican a copiar la información, – lo que en el argot de este oficio se conoce como «fusilar» – que es lo que otros publican en sus medios.
Y es que hoy por hoy, todo es mucho más fácil gracias a Internet. Por desgracia, cada día se dan más casos de estos aprovechados, que además se olvidan de forma deliberada de citar en su copia al verdadero autor o en su caso, la fuente de la información.
Me decía no hace mucho el redactor jefe de una conocida revista rosa que no compraba reportajes ni noticias porque esperaba a que salieran publicadas en tal y tal periódico y de esta manera, poder copiarlo sin tener que pagar a otros medios externos.
En otro caso muy similar, el director de otra revista española me decía también, sin ningún pudor: «para qué voy a comprar si lo puedo copiar gratis cuando salga en otros medios en Internet».
A todo esto no se le puede llamar ni fusilar, ni copiar ni se le debe buscar ningún otro sinónimo más suave. Esto no es más ni menos que un ROBO y en mayúsculas. Es el robo del trabajo ajeno, el robo de la propiedad intelectual de su creador, el robo de la información.
Copiar, fusilar o robar de esta manera es apropiarse del resultado del esfuerzo de otros y esto es un delito que, como tal, debería ser castigado. Y digo debería porque aunque el robo está tipificado como un delito punible en este país de mercaderes, mangantes y listillos, son muy pocos los que en realidad lo denuncian y menos los que llevan el caso a los tribunales. Una de las razones son los altos costes de un proceso y otra, la lentitud de la justicia española más propia de épocas medievales.
Por otra parte, también se debe a que el daño causado al autor nunca llegaría a ser compensado con una improbable sentencia a su favor. Pero por otra parte, tal vez tenga razón el dicho de que quien roba a un ladrón tiene 100 años de perdón. Y es que dadas las circunstancias, resulta que casi todos los periodistas se han convertido en simples rateros de la información.
Hoy he leído un artículo que firma la periodista Carmen Tomás y que trata sobre la discriminación laboral. Este artículo está publicado en Diario Directo y me parece muy bien su punto de vista y opinión. Son muy loables sus palabras y sus críticas en defensa de los más débiles y peor pagados del mundo laboral.
Sin embargo, Carmen se olvida de los plumillas, de los becarios y demás fauna de las redacciones de los medios de comunicación, que trabajan como esclavos, muchos de ellos sin cobrar, colaborando sin descanso para que los nombres y firmas de otros afamados «escritores periodistas» figuren en su lugar y además cobren por ello. Y todo gracias al trabajo de estos «negros» – como se les llama en el lenguaje del oficio – que en realidad son los que hacen toda la labor de muchos de los interesados.
Pero lo que más me revienta del citado artículo es que su autora comenta que la información la «leyó en un diario digital», pero omite el nombre de éste. Pues resulta que lo que Carmen escribe en su artículo ha salido de una noticia que fue publicada en JM Noticias.com y, además, firmada por su autor. Una noticia que no había salido por agencias, que no se había publicado en España y que ningún diario español publicaría porque afecta a uno de sus grandes anunciantes y dañaría sus intereses comerciales.
Pero por si no fuera suficiente con la copia que hace de la información, sin citar la fuente, lo que de verdad me jode de toda esta historia – y al que no le guste la expresión que se aguante, – es que también el artículo de Carmen Tomás haya sido comercializado, o sea «vendido» al diario digital por la agencia de noticias OTR Press (Europa Press). Esto es lo que los americanos llamarían «a highway robbery» (un robo de autopista), una expresión que traducida al castellano, equivaldría a lo que hacían los míticos bandoleros de Sierra Morena; o sea, un robo a mano armada y con mucho descaro.
El artículo hecho con la información de JM Noticias
Discriminación laboral – Por Carmen Tomás -14/09/2004Hace unos días leí en un periódico digital una noticia que me puso los pelos como escarpias. Una cadena alemana de supermercados que también está asentada en España utiliza técnicas laborales que están fuera no ya solo de todas las leyes y normas que se han dado los seres humanos, sino que patea la inteligencia general y la paciencia femenina. Parece que Lidl, que así se llama la empresa, exige en algunos países donde está ubicada, que todas sus empleadas que estén con la menstruación lleven una cinta en el pelo o en la frente para que la jefa de turno haga la vista gorda si la ve ir al baño en horas de trabajo o fuera de los tiempos de descanso. La noticia no ha tenido mucha repercusión en nuestro país, pero tiene supermercados y habría que investigar qué está ocurriendo, porque la empresa se caracteriza al parecer por su obligación de silencio, con su consiguiente cuota de miedo y chantaje al que hable.
El periódico de referencia de esta noticia cuenta que por ejemplo en Noruega las autoridades ya han advertido a Lidl que no van a tolerar estas cosas. Me gustaría ver un gesto semejante en nuestro país en el que desgraciadamente las mujeres ya tenemos que soportar toda una larga lista de discriminaciones. Alguien puede pensar que lo de Lidl se convierte en anécdota cuando estamos hablando de una discriminación salarial del 30 por ciento a favor de los hombres a igual trabajo o la alta temporalidad en el trabajo femenino o la escasísima presencia de mujeres en puestos de responsabilidad, cuando esa no es la foto de la sociedad ni en la Universidad ni en las empresas. Sin embargo, no hay que dejar pasar estas indecencias en el trato a los trabajadores. Me consta que aquí en nuestro país ocurren cosas parecidas en las empresas que se dedican al telemarketing, a la venta por teléfono, donde no sólo se explota laboralmente a los trabajadores, sino que se han impuesto normas que están claramente fuera de la constitución, no digamos ya del sentido común y la decencia. ¿Dónde están los sindicatos, qué hacen, qué piensan? Nada. Mudos. Les recuerdo que en esta renovada actividad trabajan decenas de miles de personas. Empleados que por poco dinero pasan ocho horas sentados ante un teléfono con la presión de realizar unas ventas para cobrar o no. Y, por supuesto, de ir al baño, ni hablamos. OTR/PRESS