Gambia, la puerta de África

Navegar río arriba desde Banjul, en la desembocadura del River Gambia, es toda una aventura.

© Miguel Mielgo – JM Noticias.com

La pintoresca y frágil piragua de doble cubierta (Foto: JMNoticias)

La pintoresca y frágil piragua de doble cubierta (Foto: JMNoticias)

El destartalado ferry azul y blanco que cruza la franja del «River Gambia» por uno de sus «creeks», los brazos de agua en que se divide su desembocadura, está preñado de viajeros.

Parece increíble que este armatoste de hierro oxidado, bautizado con el nombre de una de las capitales más pequeñas de África, pueda flotar con tanta gente a bordo.

Pero la sensación de inseguridad se acentúa cuando el viajero, que acaba de llegar a Gambia, se aventura a desplazarse desde su capital, Banjul, y río arriba, en una de las grandes piraguas con plataformas de dos pisos, montadas para llevar el máximo de carga, bien sean pasajeros o mercancías. Cualquier movimiento en la embarcación produce un ligero, pero notorio balanceo, dando la impresión que va volcar en cualquier momento.

«Tranquilo…» – dice el patrón – «si da la vuelta nos subimos por el otro lado». ¡Ya! … ¿y los cocodrilos? … «Están a unos 30 kilómetros río arriba y no bajan hasta aquí»

La respuesta del experto timonel produce un cierto alivio entre los viajeros, pero no impide que todos se quede totalmente quietos y sentados en el estrecho banco de madera de la barca. Asusta un poco pensar que te puedes caer a esas aguas de aspecto sucio y verdoso, mezcla de dulces y saladas, donde los pecios oxidados de los barcos encallados y casi hundidos que están en su cauce, sirven de atalayas para los ociosos pelícanos.

Al llegar a un improvisado atracadero, unos kilómetros río arriba, se agradece pisar el sólido camino que une el muelle con el poblado, prácticamente metido dentro de la selva. En vez de piedras y arena, los restos de millones de ostras, almejas, chirlas y todo tipo de moluscos, forman la espesa capa que cubre los troncos de madera con los que han hecho este muelle.

La carretera es la arteria del país. (Foto: JMNoticias)

La carretera es la arteria del país. (Foto: JMNoticias)

Cuando se llega a las chozas, camufladas entre los árboles, parece que estás viviendo una escena de la película «Las minas del rey Salomón».

Grupos de mujeres y niños, sentados alrededor de una enorme pila de las que llaman «ostras fluviales»», se afanan en abrir una tras otra para meterlas en botes de plástico y frascos de cristal.

Todo irá a las conserveras, para la exportación, mientras las moscas pululan a sus anchas entre las babas, la suciedad y un insoportable hedor a pescado podrido que impregna el ambiente.

Esto es África, y también lo es el viejo «jeep» de pulidas llantas, resto histórico de la II Guerra Mundial, que con un cubo de plástico conectado a dos mangueras a modo de radiador, será el transporte hacia la High Way: el camino de vuelta a Banjul.

Tras todo un día entre la mugre y las moscas de los poblados, aunque siempre con la excesiva amabilidad de los políglotas gambianos, la visión del viejo y agujerado asfalto de la High Way, una carretera por la que circulan sin prisas todo tipo de gentes y vehículos, es como ver el haz de luz que te llevará de nuevo a la civilización.

En Gambia nadie tiene prisa. (Foto: JMNoticias)

En Gambia nadie tiene prisa. (Foto: JMNoticias)

La High Way es la arteria del país y también de la ciudad. Es el mercado, la casa, el váter, la cama y toda la vida de sus gentes. Aquí se compra, se cambia, se vende, se vive, se duerme y hasta te mueres.

El cadáver hinchado de una vaca muerta está tirado en la cuneta y nadie, excepto las moscas, lo toca. Dentro unos días, tal vez unas semanas, sólo quedará un esqueleto blanco y seco por el sol.

Mirando hacia poniente, Banjul, la capital de Gambia, queda a la izquierda del río. La ciudad es como la puerta de entrada a África. En Banjul, la vieja Bathhurst, no se conoce la prisa.

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